Hillary Clinton aceptó este jueves en Filadelfia la nominación del Partido Demócrata alertando de que las elecciones de noviembre representan “un momento decisivo” en la historia de Estados Unidos por la posibilidad de que el magnate republicano Donald Trump llegue a la Casa Blanca. La exsecretaria de Estado Clinton, primera mujer que opta a la Casa Blanca por un gran partido, prometió mejores empleos y salarios más altos, y se postuló como la presidenta que, en un mundo turbulento, ofrecerá un “liderazgo firme”.
Remitiéndose a los padres fundadores y al lema de la nación e pluribus unum (de muchos, uno), Clinton acusó a su rival republicano, Trump, de dividir a los norteamericanos y de dividir a EE UU y el resto del mundo. Comparó el momento actual con los momentos de incertidumbre sobre la revolución americana que se vivieron en Filadelfia, cuna de la democracia de este país. Y, como el presidente Barack Obama la noche anterior, lanzó un mensaje patriótico y optimista frente al catastrofismo de Trump.
El discurso clausuró la convención demócrata en Filadelfia y abrió una nueva fase en la campaña electoral. Tras la nominación de Donald Trump en la convención republicana en Cleveland, ambos partidos ya tienen oficialmente candidato. Es una elección insólita. Enfrenta a la primera mujer que puede ser presidenta con uno de los candidatos con menos experiencia política y de gobierno en la historia de la primera potencia mundial. Era la ocasión para Clinton de dirigirse a una audiencia televisiva millonaria. Se trataba de volver a presentarse a un país que la conoce muy bien: desmentir la frase hecha según la cual “no hay una segunda oportunidad para dar una buena primera impresión”.
No es fácil. Clinton lleva casi cuatro décadas en la política de este país, o en sus aledaños. Sus índices de impopularidad son elevados, sólo superados, entre los principales políticos, por Trump. Y en las últimas semanas los republicanos la han sometido a un hostigamiento feroz que ha llegado al paroxismo con los cánticos, en Cleveland, de “a la cárcel, a la cárcel”. Clinton, como los principales oradores en los cuatro días de kermés demócrata en Filadelfia, describió las presidenciales del 8 de noviembre como una elección existencia, entre un candidato, Trump, que fomenta el enfrentamiento en el interior y aleja al país de sus tradiciones —demócrata y republicana— en la política exterior, y otra, Clinton, que mantendrá la hegemonía global del país y trabajará para la cohesión social en casa.
“Fuerzas poderosas nos amenazan con dividirnos. Los vínculos de confianza y respeto se deshacen”, dijo. “Depende de nosotros. Debemos decidir si trabajaremos juntos para levantarnos juntos”.
En respuesta a los problemas que afronta EE UU, y evocando a Franklin Roosevelt, dijo: “No tenemos miedo. Estaremos a la altura del desafío, como siempre lo hemos estado”.
Para Clinton, poco dada a las florituras retóricas y sin el carisma de su marido, el expresidente Bill Clinton, o del presidente Barack Obama, era importante ofrecer sus propuestas políticas para contrastarlas con las vaguedades de Trump. El dominio que posee de los asuntos políticos y económicos se combina con un déficit de empatía y confianza, que varios oradores, entre ellos Bill el martes y su hija, Chelsea, en el discurso introductorio, intentaron colmar. Objetivo: humanizarla.
“Mi misión primera como presidenta será crear más oportunidades y buenos empleos con salarios mejores aquí en Estados Unidos”, dijo. “Especialmente en los lugares que, durante demasiado tiempo, han sido dejados de lado y atrás. Desde las ciudades a los pueblos, del país indio al país minero. Del Medio Oeste industrial al delta del Mississipi al valle del Río Grande”.
Es un mensaje preparado para gustar a los seguidores del senador Bernie Sanders, su rival derrotado en las elecciones primarias del Partido Demócrata. Y apela al votante arquetípico de Trump, el hombre de la clase trabajadora blanca golpeado por los vendavales de la globalización.
En política exterior, varios oradores en la convención —antes de ella, habló, en tono marcial y patriótico, el general retirado de los marines, John Allen— han contrastado su talante, experiencia y conocimiento para dirigir los ejércitos más poderosos del mundo, con la inexperiencia e imprevisibilidad de Trump. “De Bagdad a Kabul, de Niza a París y Bruselas, de San Bernardino a Orlando, afrontamos enemigos decididos que deben ser derrotados. No es extraño que la gente esté inquieta y busque alguien que la tranquilice, que busca un liderazgo firme”, dijo Clinton.
Progresismo en la política interior y política exterior robusta: la tradición del Partido Demócrata de Roosevelt y Truman reviven con Hillary Clinton.